Cuando empecé este viaje mi mamá me mando un mensaje que decía “Home is wherever you go”. Hoy, a cinco meses de haber vivido en cinco diferentes países en Asia, lo tengo más cerca del corazón que nunca.
Hace unos días mi mente esta lista. ‘De regreso a mi hermoso, limpio y ordenado Singapur’ pensé. Pero casi inmediatamente siento un vacío dentro, un vacío entre el estómago y el corazón, como si alguien me acabará de sacar algo. ¿Qué significa esto? ¿Le hago caso? ¿Escucho a ese algo que me esta diciendo que me detenga o sigo?
Si de algo estoy segura, después de estos meses de viaje, es que no quiero que esto termine nunca. Me he desatado por completo de la vida a la que tan acostumbrada estaba y me he amoldado poco a poco a una vida cambiante, en movimiento y llena de sorpresas. Cuando crees que este es el camino, llega la vida y te recuerda (con felicidad o a madrazos) que este es solo el principio, que las lecciones son cada vez más grandes y más profundas y que nunca des nada por hecho.
Cuando siento este vacío, mi cerebro preconcebido para sobre analizar situaciones, se pone a hacer una lista de las razones por las que me siento de repente tan apegada a un lugar. No me pasó antes con Sri Lanka (¡y eso que Sri Lanka es MI Sri Lanka!). No pasó así ni siquiera cuando dejé México o cuando dejé atrás, sin boleto de regreso, todo el amor que había recibido estos 26 años. Me pasó aquí; en este rincón del planeta, sucio, descuidado, atascado, caótico y hermoso que es India. Parece que India me robó el corazón.
Cinco meses no son nada para la cantidad y calidad de aprendizaje que el mundo esta dispuesto a ofrecernos. Tanto sentido, tanta dirección, tantas nuevas preguntas. Estoy a años luz de las preguntas que me hacía en México, estoy a años luz de esa versión de mí.
Soy yo, yo sin presiones sociales y familiares, sin expectativas siendo arrojadas en mi dirección con toda clase de sugerencias de como ser la Clau que todos quieren que sea; soy yo sin permitir ser definida o armada por alguien más. Soy yo, sin quinielas de otros dándome una fecha límite para encontrar la grandeza del amor que hay dentro de mí. Soy yo, la que los perdona una y otra vez con el corazón en la mano porque no han visto lo que yo he sido tan afortunada de ver aquí.
Soy yo, en las calles y en las conexiones entre aeropuertos, en las regaderas más higiénicas y las que tienen piso de piedra, entre un tumulto de vacas cruzando un puente en el río Ganges y parada en la zona comercial en el centro de Singapur esperando la luz verde para cruzar la calle; soy yo, en los ojos de ese bebé que me pidieron que cargara en la calle para tomarnos una foto y en esas miradas apáticas de los señores asiáticos que me juzgan por subir los pies al asiento del camión; soy yo en mi país de budistas y en las selvas de Bali; soy yo en todas esas increíbles personas que me han dejado lecciones de por vida, y sobre todo, soy yo, esa a la que veo diario, con tanto amor, frente al espejo. Soy yo sin querer ser más ni ser menos de lo que soy. Por fin, ésta, soy yo.
Siento que el hoyo se empieza a agrandar en mi estómago y sube por la tráquea hasta instalarse en la garganta; siento este tan familiar nudo seguido por un ataque de pánico (de los que no me daban desde Bali) solo que esta vez no lo siento por estar en un lugar, sino por dejarlo. Estoy sentada en el aeropuerto de una pequeña ciudad y siento como mi corazón late afuera de mi cuerpo, afuera de estas paredes, afuera en los Himalayas, lejos de mí. Me subo al avión, y me digo una y otra vez, respira, todo esta bien.
Ahora me tengo a mí, y ésa, es la relación más importante de mi vida. Por la cual me subí a un avión el 9 de febrero de este año y por la cual me sigo subiendo a aviones que a veces me llevan a ciegas sin una dirección clara pero me llevan completa y abierta a la siguiente parada hacia encontrarme. Esperando, en secreto, que la siguiente parada sea en la que me quiera quedar. Para ver si aquí o allá encuentro por fin un lugar al que pueda llamarle casa.
Cierro los ojos, veo mis dos meses en India, veo lo perfectos que son, lo infinita que fui y que soy. Veo lo que hay atrás, en el lugar que, con el dolor de mi alma, acabo de dejar. Veo que ya se, que hoy se, que ahí es donde debo de estar. Veo que a veces vale la pena regresar. Que a veces esta bien no soltar sino agarrar; que a veces las respuestas vienen por partes y las preguntas se hacen en el mismo lugar. Aprieto los ojos llenos de lágrimas y siento como, en el fondo, todo ya esta escrito, todo esta ahí. Ya estoy yo también ahí, ya volví a mi casa, en la India, en México, en Singapur, en Asia; siempre estuve ahí, mi casa siempre estuvo ahí, donde estaba yo. Puedo empezar o regresar a donde sea, porque en realidad, de ningún lugar me fui.